No hablaré bajo ningún repudio del amplio y ostentoso (y a su vez underground) gremio que me cobija, sin embargo algunas situaciones ilustran primero mi anonimato, y segundo, que en persona sea una simpática cabeza hueca, de esas que muchos gozan mofearse.
En el mundo de la ciencia es bien sabido que el éxito es medido: en el número de divorcios a cuestas,(o por el contrario, la total ausencia de una pareja a los 50), o en su defecto, lo que para mí debería ser más determinante en la concepción de un buen científico, la cantidad de artículos publicados, los cuales serán leídos por un grupo diminuto de cerca de 10 personas, y estos a su vez serán citado por otros diez tantos, y así, así… así… monótono, sin trascendencia, me duermo… zzzZZZ
Tras esta infame necesidad de hablar teniendo como adjetivo a una personalidad del fame wall de la conservación, citar el autor, un fulano de tal que nunca tuvo vida social por andar tras el sueño científico, la teoría cual, el pretexto del método, y todas esas materialidades tan estrictamente celadas, me pregunto: ¿Dónde quedó el espacio para la auto suposición? ¡Qué carajos estoy diciendo! ¡Ninguna suposición! Me opongo a la idea de que el criterio propio no pudiera transformarce en concepto. ¿O no puede ser negociable una opinión por teoría? ¿O será que sólo teorizaban las mentes lúcidas del siglo 19?
Mientras genero mi críticamente flaqueante y mal soportada, recuerdo con humor los viejos científicos, los de la barriga colgante sobre el cinto, y sobre la cual apoyan medio vaso de güisqui* barato (muy típico de los congresos), realizando alguna broma técnica o comentando alguna anécdota gremial, como por ejemplo: “el trypanosoma me movió la pipeta”, riéndose meciendo el cuerpo en círculos. Mientras tanto en las calles, sucios y melenudos andan sus hijos rebelados ante la doctrina patriarcal científica (o matriarcal, escasamente vista para el dolor de mis pesares y mi orgullo) que se dedicaron a estudiar artes, fumar copetes y tomar chin chin, puesto que en casa de herrero, azadón de palo… (Le atribuyen el refrán a la tradición oral criolla, pero estoy sospechando que fue idea de Murphy).
Los vasos de güisqui (aunque fuese en vaso desechable) nunca estuvieron al alcance de los mortales de bajo perfil, o para aquellos que no pertenecíamos a la farándula conservacionista… si señoras y señores, esos que hacen el trabajo pero que sólo son citados en la parte final de la autoría, o en el peor de los casos, en los agradecimientos. En ciencia, nuestro estrato no otorga méritos a esos placeres. Sin embargo, cobijo esperanzas de que algún día me sea atendida, aunque por alguna extraña razón, las mujeres a la ciencia ascienden cual lo hacen en la policía (osea, por al ley del garrote y sin cumbre), con la diferencia que en las fuerzas del orden público, en la maoría de los casos, no se le niega acceso a una mujer.
Son las conversaciones tan irracionalmente hundidas en las labranzas, que cuando no se discute de animales silvestres, tiende a comportarme como uno de ellos… y en medio de cualquier conversación que demande solvencia fuera del gremio, concluye con rabo entre las piernas y escarbada esquinera. Diagnóstico: nos estamos inadaptando socialmente.
En cuanto a mi experiencia personal (¡o por Dios, empieza el confesatorio!) de cierta manera siento que en alguna oportunidad algún amigo se irritó en el momento justo que abruptamente interrumpí su justificación retórica y bien elaborada a una conversación de esas poco triviales. Supongo (¿o afirmo?) que por sus dotes profesionales, su perfil culto y su ardua afinidad con la literatura, la mecánica de su expresión obliga a definir cada una de sus palabras. Supongo que yo, en carencia de cultura, poca afinidad con la literatura, alta terquedad (herencia dicen los genetistas, posición de las estrellas dice el hermano Salomón, resistencia dicen los psicólogos), o cualesquiera que sea la razón verdadera, me opongo a dejar fluir cualquier conversación que en mis espacios ajenos a la ciencia se parezca en lo mínimo a la ciencia, o sea, gente citando teorías para hablar de pendejadas (sin el ánimo de ofender a nadie), o vasos de güisqui sobre la panza. Lo más paradójico es que, al igual que en el método científico, esta situación es completamente replicable en cualquier sujeto que se involucre con la perversa ciencia.
Ciencia, como una mafia, obliga a: convertirte en Ciensosa, y no poder escapar de ella. Quien desafíe la ciencia recibe su señalamiento, y hasta se le da una muerte científica… hasta hay falsos positivos en la ciencia, solo que estadisticamente se le llama pseudoreplicación (cualquier parecido con la realidad…). En la anécdota número dos describo como se es burlada la persona que manifieste cualquier emoción hacia su oficio, por lo cual los micos nos son bestias peludas ni carismáticas, sino objetos de estudio. Por tanto, y dada mi naturaleza sensible (secuencia genómica dicen los moleculares, posición de la luna dice el hermano Salomón, emotividad dicen los psicólogos), tengo la sospecha que soy el “hazmerreír” del gremio.
Dotoraaaaa, Dotoraaaaaaa (traducción: -Doctora-, como se le suele llamar a cualquier pelagato con algún miserable título universitario)… ¿hasta cuando me torturará dicho adjetivo? ¡Me niego a bautizarme Savage, Ziegler o Herkovitz!
*Micrososft Word asegura que es la nueva forma latinizada que describe a aquel licor ostentoso y elitista… que finalmente se crió bajo las naguas de un hombre (cual hijo de puta post decomiso)